30 Outubro 2012
En el nombre del hijo
En memoria de su hijo escribió Juan Gelman: Estas visitas que nos hacemos, / vos desde la muerte, yo / cerca de ahí, es la infancia que pone / un dedo sobre el tiempo y dice / que desconocer la vida es un error. / Me pregunto por qué / al doblar una esquina cualquiera / encuentro tu candor sorprendido. / ¿El horror es una música extrema? / Las penas llevan a tu calor / cantado en lo que soñaste, / las casas de humo donde vivía el fulgor. / De repente estás solo. / Huelo tu soledad de distancia / obediente a sus leyes de fierro. / El pensamiento insiste en traerte y devolverte / a lo que nunca fuiste. / Tu saliva está fría. / Pesás menos que mi deseo, / que la lengua apretada del aire.
Pesa, y pesaba, más que nada, más que todo, la perseverancia de un padre obcecado que no había querido dar crédito al punto final que deparaba la búsqueda. La búsqueda del último jirón de la vida de su hijo: una nieta nacida durante el cautiverio de su madre cuyo paradero pudo descifrar, cual enigma, más de dos décadas después. Y la búsqueda de la verdad. La verdad sobre la muerte de su hijo, Marcelo Ariel Gelman, periodista y poeta como él, de apenas 20 años cuando un comando militar asaltó su casa, y la verdad sobre la muerte de su nuera, María Claudia García Irureta Goyena, un año menor, embarazada de siete meses en aquel momento. La verdad inconclusa de un padre huérfano de hijo, como soy, porque el rescate de sus restos fue el rescate de su historia.
En ese rescate de su historia, Juan Gelman halló el 14 de octubre de 1989 los restos de su hijo. Habían sido colocados en un tonel, mezclados con cemento y arena, y arrojados al río Luján. Presumiblemente, el 21 de octubre de 1976, después de haber estado en el centro clandestino de detención Automotores Orletti, de la ciudad de Buenos Aires, destino habitual de los uruguayos perseguidos por los regímenes militares de ambas márgenes del Río de la Plata bajo las alas de la Operación Cóndor.
Marcelo Ariel Gelman y María Claudia García Irureta Goyena no eran uruguayos, sino argentinos. Figuraba él, al parecer, en la agenda de una muchacha del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), razón, en principio, de la redada emprendida el 24 de agosto de 1976 y de su posterior asesinato, de un tiro en la nuca disparado a medio metro de distancia, así como del misterioso traslado de su mujer a Montevideo, en donde nació el 1° de noviembre de ese año la hija de ambos, María Macarena, inscripta como propia por un matrimonio uruguayo; el padre adoptivo, fallecido en el momento del hallazgo, era comisario.
En la casa de Berta Schuberoff, la madre de Marcelo, estaban su hija Nora Eva Gelman y un amigo de ella, de origen boliviano. Ambos fueron obligados a dirigirse al domicilio de Marcelo por un grupo armado, presumiblemente integrado por argentinos y uruguayos. Los liberaron 48 horas después.
Marcelo tuvo inquietudes políticas desde su niñez consignó Juan Gelman, radicado en la ciudad de México. A los nueve años me sorprendía con preguntas turbadoras, y pertinentes, sobre el Che y su consigna de crear varios Vietnam en América Latina. Sé por compañeros de escuela de Marcelo que ya en la primaria ejercía la protesta. Le molestaba la injusticia. Molestar es palabra muy suave para lo que sentía: indignación. Sé también que a los 14 años estaba en la Juventud Peronista de la resistencia, poniendo caños contra las transnacionales. Como miles de jóvenes, confió en Perón. Tenía 16, 17 años y se desilusionó profundamente cuando Perón volvió al gobierno y apoyó a la fascista Triple A y calificó de «jóvenes imberbes» a los que habían luchado por su retorno. La desilusión no lo confinó en la pasividad. Se fue de la Juventud Peronista por la izquierda, con la Columna Sabino Navarro.
Desilusionado otra vez, merodeó por el ERP, que tampoco lo convenció. Cuando lo secuestraron no tenía militancia partidaria, pero sí la suficiente historia militante como para que la dictadura militar lo considerara un enemigo. Encontraron su dirección en la libreta de anotaciones de una muchacha del ERP. Estoy orgulloso de la militancia de mi hijo. A veces pienso que algo tuve que ver yo con ella y eso redobla mi orgullo y mi dolor.
Marcelo, cédula de identidad número 6.827.025, había nacido el 11 de enero de 1956 en Buenos Aires y se había casado poco antes del horror, el 8 de julio de 1976, con María Claudia, también en Buenos Aires. Completó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires e ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Era periodista independiente y escribía poesía.
En ese año aciago, 1976, el entonces embajador norteamericano en Buenos Aires, Robert Hill, no parecía desentendido de la trama. O, al menos, de los vínculos entre ambas orillas del Río de la Plata: Nuestra evaluación de la evidencia e informes que tenemos nos convencen de que los secuestros de refugiados uruguayos en julio y septiembre fueron llevados a cabo por fuerzas de seguridad argentinas y uruguayas, actuando clandestinamente y en cooperación, y mientras es aparente que autoridades uruguayas han preparado evidencia para apoyar su versión, no es probable que sea creída completamente tanto en la Argentina como en el exterior, decía en un cable reservado.
Entre ju lio y septiembre de 1976 más de 50 uruguayos habían desaparecido en Buenos Aires. El gobierno de ese país dejó entrever el 28 de octubre que una organización terrorista se había infiltrado en su territorio. Pero, según Hill, la revelación no mereció réplicas oficiales ni cobertura periodística alguna en la Argentina. Los diarios La Opinión, del sábado 30 de octubre, y La Nación, del domingo 31 de octubre, se limitaron a reproducir los comunicados oficiales. Sin comentarios. Había 14 acusados. Que otro diario, La Prensa, omitió.
Las fuentes de la Embajada disputan la versión del GOU (Gobierno de Uruguay) sobre las desapariciones dice el cable de Hill. Un oficial del Acnur (oficina de las Naciones Unidas para los refugiados) le dijo a un EMBOFF (oficial de la Embajada) hoy, 2 de noviembre, que 12 de los 14 nombres estaban en su lista de refugiados uruguayos secuestrados en julio y septiembre, y que acciones de hábeas corpus habían sido iniciadas en la Argentina por familiares de nueve de ellos. También le dijo que al menos 24 uruguayos desaparecieron en julio y otros 28 en septiembre. Lo que indica que no se sabe el destino de todos ellos. El oficial sostuvo que había testigos argentinos de los secuestros, pero dijo que no se había hecho ningún testimonio legal en su momento y podría ser difícil encontrar argentinos dispuestos a testificar contra la versión del GOU ahora.
De los desaparecidos no se hablaba en Uruguay, blanqueados ambos bandos (militares y tupamaros) con dos leyes de amnistía dictadas en el primer período presidencial de Julio María Sanguinetti, entre 1985 y 1990. Refrendada una de ellas, la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, por un plebiscito en 1989. Lo cual, en contraste con la Argentina, reflejaba el rechazo de la gente a la posibilidad de que los militares fueran juzgados. Posibilidad que, según el abogado Javier Miranda, miembro de Fedefam-Uruguay, tampoco iba a contar con respaldo popular.
El blanqueo, sin embargo, dejó una cuenta pendiente: ¿qué había sido de los desaparecidos?. La ley, en su artículo cuarto, promovía una investigación cuyo resultado magro no satisfizo a nadie. "Tenía 23 desaparecidos; ahora tengo 24", esgrimió el presidente Jorge Batlle después de haberse convertido, con el hallazgo de la nieta de Gelman, en el primer presidente latinoamericano que contribuyó a esclarecer un caso de esa magnitud.
Reverso de su antecesor, Sanguinetti, aunque ambos militaran en el mismo partido, el Colorado. Uno hizo en cinco semanas lo que el otro no había hecho en dos períodos gubernamentales de cinco años cada uno.
A Gelman no quiso, o no pudo, recibirlo Sanguinetti, motivo de una carta abierta, después de haberse reunido con el secretario de la Presidencia, Elías Buth, en la cual exponía: Mi nieta o nieto (ni su sexo conocemos) fue despojada o despojado de su padre, que apareció asesinado (de un tiro en la nuca a medio metro de distancia, en un tambor de 200 litros relleno de cemento y arena) en el mismo octubre en que su madre fue trasladada de Orletti al SID (Servicio de Informaciones). Fue despojada o despojado de su madre. Fue despojada o despojado de mí, que emprendí esta búsqueda para cumplir con el único legado que me dejó mi hijo: encontrar al suyo. Ojalá nunca padezca estas angustias, el peso de este vacío doble.
Los uruguayos involucrados en la represión en la Argentina se vieron favorecidos, en octubre de 1989, con el indulto que dictó el presidente Carlos Menem. Indulto que favoreció, también, a los dirigentes montoneros Fernando Vaca Narvaja y Roberto Perdía, radicados en Malvín y en Pocitos, Uruguay, respectivamente, pero, hasta un año antes, inhallables para la policía de ese país. Indulto que comprendía a 216 militares y civiles que habían participado de la represión, de la Guerra de Malvinas y de tres rebeliones contra la democracia en democracia, de un bando, y a 64 personas vinculadas con la subversión, del otro.
Indulto que llevó a Gelman a concluir que era la culminación de la teoría de los dos demonios que el escritor Ernesto Sábato, presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), supo formular: Los decretos de indulto a los genocidas que ha dictado el doctor Menem, abogado, no sólo atentan contra el deber moral. Atentan contra el derecho mismo. Y cuando una ley no puede proteger al derecho, es justo que no impida ninguna injusticia. Así pensaba Shakespeare por lo menos.
La cantidad de desaparecidos en Uruguay variaba entre los 23 (24 con la nieta de Gelman) de los que habló Batlle y los 28 de los que hablaban las investigaciones que encararon en su momento los congresistas. Esa duda pudo asaltar de pronto a la nieta de Gelman, de 23 años, aunque, en su caso, haya sido gestada por Marcelo, el único de la lista de unos 100 periodistas desaparecidos en la Argentina durante la época de la guerra sucia cuyo cadáver fue hallado, y por su mujer, María Claudia, trasladada en un vuelo de la compañía Pluna, el 30 de septiembre o el 1º de octubre de 1976, en compañía de los militares uruguayos José Gavazzo y Manuel Cordero, al edificio del Boulevard Artigas en el que operaba la Inteligencia del Ejército, en Montevideo. Tanto ella como su marido habían estado en Automotores Orletti, antiguo taller mecánico del barrio porteño de Floresta al que iba a parar la mayoría de los uruguayos que terminó en las tinieblas del paradero desconocido. Probablemente como represalia por la militancia de Gelman, padre, en Montoneros.
Rebelde con causa
...¿ustedes no están enterados de qué lado viene la mano?
No. Le voy a decir una cosa: a los militares nos importa un pito cómo viene la mano.
¬¿Por qué?
Porque, a la larga o a la corta, vamos a tener que pelear de vuelta. Ya la cosa está pasando de claro a oscuro. Está la enseñanza entregada, están todos los gremios en manos del enemigo, así que esto es muy caótico y hay muy poco para hablar.
¿Usted considera que todos los militares están con la misma onda, entonces?
Yo pienso que sí, que no ha cambiado nada la postura desde hace 15 años...
Casi 12 años duró la dictadura militar en Uruguay: de junio de 1973 a marzo de 1985. Casi 15 años después de su final, cual premonición, el general Manuel Fernández, jefe del Estado Mayor Conjunto de Uruguay, invocaba fantasmas con sus declaraciones en Montevideo al semanario Búsqueda, primero, y a la radio Setiembre FM, después. Fantasmas que le reportaron la remoción del cargo, dispuesta de inmediato por el presidente Batlle.
Acción y reacción en medio de cambios progresivos con los cuales Batlle procuraba diferenciarse de su antecesor, Sanguinetti, del Partido Colorado como él, y de Luis Lacalle, del opositor Partido Blanco, presidente entre 1990 y 1995. O procuraba imprimir un sello propio a la gestión que había comenzado el 1º de marzo de 2000.
¿Era la reacción del general Fernández un síntoma de malestar en las Fuerzas Armadas? Era un hecho aislado, según el ministro de Defensa, Luis Brezzo, fallecido en 2002.
Si tantas cosas hemos pasado y tantas hemos sufrido, y ninguno de nosotros puede decir que alguien es culpable o que alguien es inocente, y por tanto este no es el resultado de un mundo maniqueo de malos contra buenos, a todos nosotros nos corresponde como responsabilidad primera sellar para siempre la paz entre los uruguayos, decía Batlle, conciliador.
Con el entonces senador Rafael Michelini, líder de Nuevo Espacio, y con Tabaré Vázquez, cabeza de la coalición Encuentro Progresista-Frente Amplio, se había reunido Batlle, por separado, antes de anunciar, el 31 de marzo de 2000, el hallazgo de la nieta del poeta y periodista argentino Juan Gelman, nacida en cautiverio en octubre de 1976.
De esos cónclaves surgió como posibilidad que los desaparecidos fueran declarados muertos, que sus parientes recibieran un resarcimiento económico y que Batlle pidiera perdón por los excesos de la represión en nombre del Estado, no de los militares. Sutileza que despertó expectativas entre la gente (uno de cada 50 uruguayos pasó por la cárcel durante la dictadura) y evitó roces con los uniformados.
Pero halló resistencia: "La muerte no se decreta por ley", me dijo Luz Ibarburu, miembro de la agrupación Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos (Fedefam-Uruguay). Su hijo, Juan Pablo Recagno, estudiaba arquitectura en Montevideo. Lo detuvieron y, una vez en libertad, consiguió empleo en Buenos Aires como dibujante y ceramista. Desapareció en octubre de 1976; tenía 25 años. Un sobreviviente radicado en Canadá afirmó que había estado con otros uruguayos en el centro clandestino Automotores Orletti. La madre no había sabido más de él.
La reacción del general Fernández, seis días después del encuentro de Gelman con su nieta, desnudó la renuencia que provocaba en un sector de las Fuerzas Armadas uruguayas, acaso el ala más veterana y dura, una virtual investigación de los excesos en los años de plomo. En especial, de la suerte que corrieron los uruguayos cuyas últimas huellas habían quedado en su propio país.
Los otros, la mayoría, desaparecieron en la Argentina, en donde la represión no era cárcel y tortura, como en Uruguay, sino, cual estadio superior, tortura y muerte. Señas infames de un plan de exterminio sistemático, la Operación Cóndor, evidente en la colaboración entre represores de ambos países.
Simultáneamente con los rumores del mes pasado (octubre), que sostenían que los refugiados desaparecidos estaban vivos en Uruguay, había alguna indicación de que las fuerzas de seguridad argentinas estaban preocupadas porque su cooperación con agentes uruguayos en forzar la repatriación de refugiados iba a ser revelada y así, iba a destruir su afirmación de que ningún refugiado sería devuelto a su país contra su voluntad dice el cable de Hill. Sin embargo, como los anuncios del GOU probablemente fueron coordinados con el GOA (Gobierno de la Argentina) de antemano, pudo haberse decidido que las relaciones públicas se iban a beneficiar al exponer un complot terrorista y publicitar el trato justo y decente que el GOU le da a los prisioneros y superaría cualquier especulación negativa.
Habla, sin embargo, del destacado silencio del GOA y de la cautela de la prensa al informar sobre el asunto. Lo cual sugiere que prefiere minimizar su rol tanto como sea posible.
En noviembre de 1976, María Claudia había sido vista en dependencias del Servicio de Informaciones (SID), oficina del Ministerio de Defensa centrada, entonces, en la persecución política. Dio a luz en el Hospital Militar de Montevideo. Por un tiempo amamantó al bebé.
Por órdenes del teniente coronel Juan Antonio Rodríguez Buratti, jefe del Departamento III, y del capitán José Arab, alias El Turco, terminó en un centro clandestino del Ejército conocido como Valparaíso. Intercambiaron frente a la tropa una frase terrible, según Gelman: A veces hay que hacer cosas embromadas. Nunca más se supo de ella. Bajo una identidad falsa, la niña quedó en manos del coronel Jorge Silveira y del capitán de la policía Ricardo Medina. La entregaron en enero de 1977 al comisario que la crió.
Marcelo, rebelde en la adolescencia, según su madre, Berta Schubaroff, era poeta, como el padre. Legó una pieza con tono premonitorio: Me despido de este país. Me despido de mis amigos, / de mis enemigos. / Amigos. / Sólo quiero recordarles / que no dejen de ser / mis amigos. / Sólo quiero recordarles / que no me olviden / a la marcha del tiempo, / a la marcha del tren / en que me vaya / que borran las huellas de la / amistad lejana.
Tenían 20 años, él, y 19, ella. María Claudia no era uruguaya; pudo haber sido confundida por su apellido. Juan Gelman procuraba preservar la identidad y la intimidad de su nieta, criada por una familia uruguaya cuyo padre adoptivo, un policía retirado, habría muerto a fines de 1999. ¿Qué le habrá dicho cuando se vieron? Tal vez aquello que escribió alguna vez: "Los dos somos huérfanos de él".
Doble impacto para la muchacha. Aún faltaban los exámenes de ADN, finalmente positivos, pero tanto para Gelman como para Batlle coincidían los datos. Datos que, por vías separadas, también aportó Michelini, sensible por haber perdido a su padre en Buenos Aires, con la colaboración de Diana Conti, entonces subsecretaria de Derechos Humanos de la Argentina.
De Gelman decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano: "Se ha convertido en un doble símbolo de otros que en Uruguay o en la Argentina buscan a sus seres queridos y se abren paso en la neblina de la impunidad, pero además símbolo de todos los que creemos que en este mundo la belleza es posible".
El drama, íntimo, inobjetable, intolerable, empezó el 24 de agosto de 1976 con el secuestro de Marcelo y de María Claudia, embarazada de siete meses. Dos años después, una carta breve, remitida por un sacerdote del Vaticano, le anunciaba que un bebé había nacido en cautiverio. Estaba escrita en inglés: child podía ser varón o mujer. Mujer fue, finalmente, en el Hospital Militar, de Montevideo. Todos eran cabos sueltos hasta que un oficial indiscreto se ufanó en una reunión privada: "¿Cómo no voy a conocerla si fui yo quien la entregó?"
Aquello llegó a oídos de Gelman, de 70 años. Era la pieza que faltaba, luego corroborada por el servicio de inteligencia y por la familia adoptiva. La pista clave, al fin, de un caso piloto que ponía a Batlle en una posición de mayor compromiso con los derechos humanos que sus antecesores. Quizá porque, a los 71 años, no tenía nada que perder, o tenía mucho que ganar en el plano político (en Uruguay no hay reelección directa, sino, como ocurrió con los dos períodos de Sanguinetti, turnos cada cinco años). Quizá porque los coqueteos con la izquierda, con mayoría de número en el Parlamento, fueran la llave de la gobernabilidad en los cinco años siguientes.
Como fuere, Batlle manejó sin anuncios, acaso como una inversión en espera de resultados, la posibilidad de pedir perdón por los excesos en nombre del Estado (no de los militares, de modo de no herir susceptibilidades), de declarar muertos a los desaparecidos y de resarcir económicamente a sus parientes. Era una forma de cerrar un capítulo oprobioso de un lado del mostrador. O de abrirlo, del otro. Que tenía su costo. Como la reacción del general Fernández. O la reacción en cadena en otros países que, por motivos distintos, coincidió en el tiempo.
En Chile apareció una arenga a favor de la intervención de las Fuerzas Armadas firmada por Santiago Hermógenes Pérez de Arce, miembro de la Fundación Pinochet, que publicó el diario El Mercurio, de Santiago: "La política está matando el derecho y la Constitución decía. No es la primera vez que la izquierda, con apoyo externo, lo hace en Chile. La diferencia es que la Carta de 1925 no tenía garantes y la de 1980 los tiene. Confío en que éstos sabrán cumplir su misión". En la Argentina aparecieron penas por Videla de una tal Elena Cruz, de profesión actriz, candidata a legisladora porteña por Encuentro por la Ciudad.
La cruzada de Batlle, curiosamente apoyada por el embajador norteamericano en Uruguay, Christopher Ashby, sin ser anunciada en forma pública, puso en aprietos a Sanguinetti, destinatario, en el último tramo de su gobierno, de cartas de cinco premios Nobel, entre otras, con tal de que hiciera algo por Gelman.
"Siento alegría por él me dijo Sanguinetti en su casa del barrio Punta Carretas, de Montevideo. Dijimos que, aunque tuviéramos diferencias sobre el modo en que se había manejado la difusión del caso, seguiríamos ayudándolo. Si ahora ha tenido éxito en su búsqueda, nada nos gratifica más por cuanto se deja atrás una situación personal penosa y se da un paso más para superar las consecuencias de aquellos años de violencia."
Sus palabras contrastaban con las críticas de Gelman, publicadas ese mismo día en el diario La República, de Montevideo: decía que dirigentes políticos le habían confiado que Sanguinetti poseía información, pero no podía proporcionársela por razones institucionales. O de Estado: "¿Eso significa que sabía? inquiría ¿Cuáles serían esas razones de Estado o de partido? Es decir, que negó la participación de militares uruguayos en ese traslado y, por ende, que se realizó el Plan Cóndor. ¿Qué hacía mi nuera dando a luz en el Hospital Militar?"
En la oportunidad del reclamo radicaron las diferencias: las primeras noticias de Gelman que tuvo el gobierno uruguayo, según Sanguinetti, databan de abril de 1999 merced a un artículo de su autoría que había publicado el diario Página/12, de Buenos Aires. En ese momento estaba en su apogeo la campaña electoral. Bombardeada, en términos figurados, por reclamos de Galeano; de otro escritor uruguayo, Mario Benedetti; de Elsa Parón, la primera abuela de Plaza de Mayo que halló a su nieta; de José Saramago, premio Nobel de Literatura ("De hombre a hombre, ayúdese a sí mismo y ayude a la democracia", escribió); de Darío Fo, otro Nobel; de Rigoberta Menchú y de Adolfo Pérez Esquivel, dos más; de los cantantes Daniel Viglietti y Chico Buarque, y de Eric Hobsbawn, historiador británico, entre otros. Hasta el cantante argentino Fito Páez se atrevió a escribirle: "Déjese de joder, Presidente".
Sanguinetti replicó el 6 de noviembre en una carta dirigida a Gelman: "Estamos hablando de hechos ocurridos hace 24 años. Quienes eventualmente podrían brindar algún dato fidedigno son personas que en su inmensa mayoría ya no están sometidas a jerarquía militar ni a la autoridad del Estado uruguayo. Y que en muchos casos murieron o son ancianos".
No tanto, al parecer. Sara Méndez, segura de que su hijo, Simón Riquelo, nacido poco antes que la nieta de Gelman, también vivía en Montevideo, aportó lo suyo: "Oíamos vocesitas de niños, pero, por los comentarios de los guardias, también estábamos enterados de que una mujer embarazada estaba ahí me dijo. Gelman me mandó el abril de 1998 un mensaje por correo electrónico en el que me pedía información sobre ella." Había estado en cautiverio, como María Claudia, en el edificio del Boulevard Artigas.
La reacción del general Fernández, con sus respuestas a Búsqueda y a Setiembre FM, demostró que, en realidad, no todos habían muerto ni eran ancianos. O que la verdad asustaba.
¿Cómo está viendo las acciones del presidente Batlle sobre el tema de los desaparecidos?
Nosotros sabemos tal vez menos que ustedes.
¿Usted percibe que hay un cambio de la política de no revisionismo?
Yo creo que no. Una cosa es revisionismo y otra cosa muy distinta es averiguar el paradero de los desaparecidos. Si empezamos con estos temas, ahí sí vamos a tener inconvenientes.
Pese a que no posee demasiada información, ¿usted piensa que la idea de Batlle es averiguar sólo el paradero y no seguir investigando?
No. Yo, como conozco al enemigo, pienso que no. El enemigo tiene por doctrina la vieja doctrina marxista-leninista. La política es la continuación de la guerra por otros medios. Toda fisura que haya es un elemento que al enemigo le sirve. Lo llamo enemigo porque no hemos hecho las paces. Aquí no hubo cese de hostilidades y no hubo absolutamente nada...
Es decir, nada había cambiado. Para él, al menos. Ni para Gelman, acompañado en su búsqueda en Montevideo por su segunda mujer, Mara La Madrid: El único legado que me dejó mi hijo fue encontrar a mi nieta me dijo por teléfono, desde la ciudad de México, cuando recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 2000. Yo no le guardo rencor a la Argentina. Siento odio por los genocidas que supimos concebir. El país ha cambiado y yo también, pero ya no pienso volver. Uno entierra a los padres, no a los hijos.
En noviembre de 1976, la nuera de Gelman había sido vista en dependencias del SID, oficina del Ministerio de Defensa. Dio a luz en el Hospital Militar de Montevideo. Por un tiempo amamantó a la niña. Terminó en un centro del Ejército conocido como Valparaíso. No por la ciudad chilena, sino por una cruel asociación de palabras: Va al paraíso.
Un equipo del Laboratorio de Antropología Forense Judicial y de la Universidad de la República, ambos de Uruguay, coordinado por el antropólogo forense de la Morgue Judicial de Montevideo, determinó por primera vez, a comienzos de 2004, las áreas del Batallón de Infantería Blindada Número 13, de Montevideo, en la cuales podrían yacer los restos de María Claudia y de otros desaparecidos durante la dictadura militar. El presidente Batlle, de tensas relaciones con su par argentino, Néstor Kirchner, se negó a ordenar las excavaciones.
En memoria de una era, más que de su hijo, escribió Juan Gelman: Mi hijo no era un inocente (...) La dictadura militar consideró culpables a decenas de periodistas que no pensaban como ella. A centenares de intelectuales que no pensaban como ella. A sacerdotes, abogados y a miles de obreros y estudiantes que no pensaban como ella. A los familiares de personas que no pensaban como ella. Y también a muchos que deseaban cambiar la vida, como pidió Rimbaud, y lo intentaban por distintos caminos. ¿Y por eso no son inocentes? Todos ellos, sea que canalizaran su voluntad de cambio por escrito, desde el púlpito, la cátedra, los sindicatos, centros estudiantiles, organizaciones populares, partidos políticos o por las armas, ¿no son acaso víctimas de la dictadura militar?
Gelman enterró a su hijo. Sus obsesiones, plasmadas en libros como El juego en que andamos, Velorio del solo, Gotán, Cólera buey, Hechos y relaciones, Hacia el Sur, Anunciaciones, Carta a mi madre, Salarios del impío, Dibaxu, Incompletamente, Debí decir te amo y Prosa de prensa, entre otros, eran la niñez, el amor y la revolución. Era su nieta. Y, cual última pieza del rompecabezas en el cual se había convertido su vida, era María Claudia, de modo de cerrar el círculo. Siento que las cosas se dan en espiral, me dijo. Como si estuviera pidiéndole revancha a la vida.
* Fuentes
* Juan Gelman, Buena memoria, poema
* Juan Gelman, Elogio de la culpa, diario Página/12, Buenos Aires, 25 de marzo de 2001
* Cable del embajador de los Estados Unidos, Robert Hill, documento número 1976BUENOS07203, Buenos Aires, 2 de noviembre de 1976
* Juan Gelman, Carta abierta al Dr. Julio María Sanguinetti
* Aldo Marchesi, La guerra y la paz, revista Los Puentes de la Memoria, La Plata, Argentina, diciembre de 2000
* Los periodistas desaparecidos, Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (Utpba), Grupo Editorial Norma S. A., Buenos Aires, 1998
* Juan Gelman, Prosa de prensa, Grupo Editorial Zeta S. A., Buenos Aires, 1997
Determinan dónde estarían los restos de la nuera de Gelman, diario La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 2004
* Informe Geoarqueológico N°435, Laboratorio de Antropología Forense, Instituto Técnico Forense, y Universidad de la República, Uruguay