Conclusiones

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CONCLUSIONES Los gritos apagados y el chirriar de neumáticos se han unido al tabletear de armas de fuego en partes de América Latina, mientras los secuestradores realizan la sucia labor que anteriormente era el coto de los asesinos a sueldo. Sus víctimas, ahora como antes, con frecuencia son periodistas. Se asume que sus empleadores, ahora al igual que antes, son los barones de la cocaína que han declarado la guerra a la sociedad civilizada. Una ola de secuestros sin precedentes a nivel mundial ha barrido Colombia este año, con más de 862 secuestros reportados en lo que va de 1990. Entre los acontecimientos está el secuestro, hace sólo un mes, de Francisco Santos Calderón, jefe de redacción de El Tiempo. El chofer del vehículo blindado en el que muchos periodistas colombianos se ven obligados a desplazarse en estos días, fue brutalmente asesinado. Hace sólo dos semanas, un equipo de seis periodistas dirigidos por Diana Turbay, subdirectora de la revista Hoy por Hoy, desapareció mientras intentaba establecer contacto con un jefe guerrillero. Otros que desaparecieron con ella fueron Juan Vitta, editor de Hoy por Hoy; Azucena Liévano, del noticiero de televisión Criptón; los camarógrafos Richard Becerra y Orlando Acevedo; y el corresponsal alemán Hero Buss. Otros ocho periodistas fueron secuestrados por miembros del movimiento guerrillero entre marzo y mayo; posteriormente fueron liberados. Yamid Amat, jefe de redacción de Radio Caracol, fue la víctima de un infructuoso intento de secuestro en agosto. Sin embargo, los asesinos a sueldo no han fallado en todas sus actividades. Aunque 19 trabajadores de las noticias fueron asesinados en Colombia el año pasado, en lo que va de 1990 han sido asesinados siete. Los periodistas continúan siendo objeto de la violencia terrorista en Perú, El Salvador y Guatemala. En México, las amenazas de muerte, el encarcelamiento y las salvajes golpizas propinadas a periodistas, a menudo con la complicidad de las autoridades, continúan empañando la polítcia de defensa de derechos humanos del presidente Carlos Salinas de Gortari. En Cuba, descrita por el presidente de la comisión del programa de la SIP sobre Cuba, Roberto Fabricio, "el más oscuro rincón de nuestro hemisferio", el mundo de Franz Kafka se ha convertido en algo muy real. Allí, entre 36 y 40 personas se hallan encarceladas por haber cometido "delitos de información". Tres cubanos, que fueron objeto del informe de marzo de esta asamblea, permanecen encarcelados en situación desesperante. Hiram Abí Cobas, Elizardo Sánchez Santa Cruz y HubertJerez Marino, fueron sentenciados a dos años de prisión por el "delito" de hablar con periodistas norteamericanos sobe el juicio del general Arnaldo Ochoa. Los tres han sido designados ganadores del Premio SIP-Pedro Joaquín Chamorro. Varias publicaciones estilo "samizdat" que en un momento ofrecieron la esperanza de romper el bloqueo noticioso impuesto al pueblo cubano serían penetradas en alguna medida. Ahora todas han sido eliminadas. El editor de Franqueza, Samuel Martínez Lara, está detenido desde el lO de marzo en la sede central de la Seguridad del Estado en Villa Marista. La activista de derechos humanos Tania Díaz Castro fue arrestada nuevamente en marzo por haber escrito una carta a la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, felicitándola por exigir mayor supervisión de las actividades de los derechos humanos en Cuba. En agosto, Díaz Castro apareció en televisión y denunció lo que calificó de participación de Estados Unidos en la ola de asilos que tuvieron lugar en las embajadas de países occidentales en La Habana durante el verano pasado. La Sra. Díaz, ex exposa de Guillermo Rivas Porta, designado por la SIP "Mártir del Periodismo", aparentemente fue adoctrinada. "Debe hacerse todo lo posible para dejar llegar la luz a la oscuridad en que Cuba se encuentra sumida ahora, para que el mundo pueda ver lo que el gobierno cubano está haciendo a su propio pueblo", dijo Robert Cox, presidente de la Comisión de Libertad de Prensa e Información de la SIP, a su regreso de un viaje a Cuba. Otro "hueco negro" del periodismo en las Américas es el atribulado Haití, donde llevar la identificación de periodista es prácticamente llevar la sentencia de muerte encima. Allí, la esperanza de libertad que despuntó con el fin de la era despótica de Duvalier a finales de los años 80, casi se ha extinguido al comienzo de la década de los 90. En la cada vez mayor lista de víctimas de los escuadrones de la muerte están periodistas que se atrevieron a buscar la verdad. Otros han sido derrotados por amenazas de muerte, golpizas y la confiscación de sus equipos. Pese a toda la brutalidad a que se enfrentan los periodistas en algunas partes del hemisferio, un nuevo espíritu de libertad de prensa se alza donde antes había dictadura. Periodistas de Paraguay, Chile, Panamá y Nicaragua ahora laboran en una libertad casi total. En Nicaragua, dos semanarios, por lo menos 15 nuevos noticieros radiales y publicaciones de partidos políticos prohibidos por el régimen anterior, ahora están funcionando, y todos se oponen al nuevo gobierno democrático. En Panamá, los periódicos de la Editora Panamá América han sido devueltos por decisión de la Suprema Corte de Justicia a sus legítimos dueños, aunque una disputa laboral mantiene los bienes de la empresa en el limbo. La propiedad y situación legal del periódico ya también está por resolverse. En otras partes del hemisferio, el viejo espectro de la colegiación obligatoria de los periodistas y el "derecho de réplica" continúan amenazando la libre práctica del periodismo. Aun en las nuevas democracias, a cada momento se presentan nuevos retos, a medida que se redactan nuevas leyes y constituciones que no comprenden completamente el papel de una prensa libre en una sociedad libre. Un ejemplo es la nueva exigencia legal en Paraguay de que las publicaciones ofrezcan espacios gratis a los candidatos que aspiran a puestos públicos electivos. Dondequiera que se libre la batalla por una prensa libre, en dictaduras decadentes o en democracias maduras, la eterna vigilancia es el único antídoto contra las cortapisas oficiales a la libertad de prensa.

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